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El otro teatro

.La finalidad de la magia alquímica es pasar del otro lado de la careta donde la sociedad moldea a las personas, y desde ese profundo encuentro con la luz y la sombra de lo que nos pertenece como individuos, transformar la obra de dios, mejorarla. Es decir, el mago se convierte en un creador sólo en la medida que comienza a descubrirse a sí mismo. Esto mismo puede trabajarse desde el teatro y se llama "improvisación". De pronto, somos aquello que siempre quisimos ser y que, por cumplir con las proyecciones algún otro, nunca pudimos. De pronto, podemos ser libres, sacar nuestras broncas, arrancarnos las lágrimas, reír o temblar. La creación se hace, en este ámbito, a la medida de la capacidad de juego que cada ser lleva en sí mismo. Jugar, al fin de cuentas, era lo que hacían los dioses griegos en el Olimpo. Si nos conectamos jugando a la obra por la cual estamos acá en la vida, todo amplía sus horizontes y los sueños dejan de ser meros actos subjetivos para convertirse en una realidad palpable.

El trabajo que realizamos con los chicos de La Escuelita a lo largo de algunos años, y que poco a poco empieza a cosechar sus frutos, consiste en desarrollar la propia seguridad interior, en perder el miedo al ridículo o al equívoco, en aceptarse tal cual son, en despejar las sombras del silencio para transformarlas en personajes. Las clases tenían esta búsqueda: jugar. Pero he aquí un desafío: todo juego tiene sus leyes. De modo tal que el jugar individual tenía que coincidir con el de los otros. Hay una escucha enorme en el teatro, no tanto de palabras como de gestos. Y también de esta forma es como empezamos a abrir los ojos a aquello que nos rodea, aceptar algunas cosas y transformar otras. Entonces los chicos fueron jugando siempre en un orden mayor al de su individualidad: el grupo. Sus personajes cumplían roles en esa pequeñita sociedad armada en un instante, vivían en un mundo cuyas leyes duraban pocos minutos y que eso mismo lo hacía apetecible, rico, creador. Disfrazarse, cambiar la voz, colocarse en el papel de un adulto, enfrentarse a cosas que en la otra realidad acaso no pueden enfrentarse, gritar o reír, permitirse decir las palabras que de otro modo no se dirían.

Finalmente pensamos culminar los ejercicios armando una obra de teatro para llevarla a otro lugar de la isla, mostrarla, ver hasta dónde era importante jugar. Ensayamos varias veces una misma postura, un personaje, una misma escena. Los chicos mismos buscaban exigirse y eso increíblemente les producía un placer silencioso, profundo. Es decir, la exigencia no venía desde afuera, no era impuesta, sino que tenía el movimiento opuesto. Ellos mismos querían mostrarse, querían recibir un premio por ser quienes soñaron ser. ¿En cuántos ámbitos de la vida se nos permite este movimiento?

El resultado fue una hermosa exposición en un restaurante de Colegiales, con más de cincuenta personas aplaudiendo a los chicos, y ellos absortos de tanto, ensimismados de alegría, simplemente se dejaban ser. Me pregunto si aún pensarán que aquello pertenece a lo real, al teatro del estar aquí en un orden consciente, o si algún día dudarán de que tanta alegría haya podido construirse solo con jugar. ¿Y nosotros? ¿Y los grandes? ¿Dónde dejamos la posibilidad de ser felices con jugar? ¿Qué fue lo que nos arrancó del paraíso del juego?

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